lunes, 16 de marzo de 2009

UN CUENTESITO MÍO....

PROMESA.

Me he prometido que no sucederá de nuevo. No lo haré. Tal vez sea en vano y pueda más la insensatez de lo soñado y vivido que mi propia voluntad de hierro frágil. Me siento como un enano, un imbécil. Es fácil caer y disfrutarlo cayendo. Pero la culpa llega e invade todo. Así que me he propuesto esta mañana que no sucederá de nuevo. No quiero este funesto sentimiento de torpeza, de descontrol. Cuando se hace lo que he hecho, lo que he estado haciendo, se siente un asco. En la segunda caída, el asco es mayor. Se siente asco de uno mismo. Sientes asco de ti mismo. Siento asco de mí mismo.
Cada mañana, la misma hora: el timbre anuncia la entrada a clases. La espera insoportable que se va aniquilando a sí misma con el tuntún de sus tacones negros. Con sólo escucharlos rítmicamente, el corazón se agita, el alma enloquece, la voluntad se resquebraja.
En el curso, octavo año, somos treinta y tres en total. Dos tercios son mujeres. No puedo explicar por qué no tengo interés en ninguna de estas muchachas de mi edad; en fin, el animal aguado, como siempre, me acecha entre las piernas. Como siempre, sus piernas, sus rodillas, sus tobillos, sus pies y sus tacones negros. Enloquezco. Y lo hago desde mi puesto de estudiante.
Mi lugar es el tercero de la cuarta fila. Próximo a la puerta que es mi entrada a la locura. Desde allí los escucho, sus tacones negros, en devaneos que se aproximan. Los demás hablan, pocos leen algún material de clases. Tan sólo yo fijo mis sentidos en su espera. Ella tiene los pasos cronometrados, inversos a mi locura. La velocidad media de sus tacones, dos metros por cada veinte segundos. ¡Dios, cómo es de exacta! Juro que ya sé distinguir su caminar. Distingo perfectamente su estado de ánimo por el runruneo de sus tacones negros. Y sin temor a equivocarme. Hace tres días que ella redujo su ritmo, se veía con miedo, inquieta. Fue allí cuando se inició todo. El coqueteo de sus piernas debajo del escritorio. Su norte hacia mi sur. Ella me daba la alegría y la tristeza en el mismo manojo. Ella tiene dos días dándome la gloria y el infierno en el mismo acto. El placer y la culpa en la misma madrugada.
Entró. Su perfume me llega, me es conocido. Inhalo y discretamente cierro los ojos. Saboreo el néctar de su aura y apago el silencio de mi imaginación. Volamos juntos, ella ríe y yo feliz. La fusión de los cuerpos desnudos y agobiados. La distancia de los años, la disparidad de la experiencia: ella sabia madurez, yo inocencia completada.
Va a la pizarra. Las caderas oscilantes. Sus manos suaves dibujan trazos blancos sobre la superficie verde. Se da vueltas. Su voz ordena abrir el libro de texto. Abro mi culpa.
El escritorio. Ha sido retirada toda cobertura exterior. Se sienta. Su falda se encoge. Mi aliento se desgasta. Ella sabe, los demás no saben. Su norte equidista de mi sur. La mirada se extravía, los sentidos se agitan nuevamente, se incrementan. Me había prometido no hacerlo jamás. La voluntad fuerte se deshace. Mecánicamente se cae mi lápiz. Ya no es el truco sabido y la mirada sospechosa y perdida. Lo he prometido. Debo respetarla. Ella mira el lápiz. Sobre el piso están mis rodillas, orantes. Sobre su norte mi mirada. Voces. Palabras. Risas. Culpa.
Allí está aquella mujer que no es mi madre, tan sólo la esposa de mi padre. El viaja. Ella me mira con plácida sonrisa y advierte mi gesto. La intención es evidente. Vuelvo. Me callo. Cierro mis ojos: allí me encuentro con la mancha: todavía está grabada en mi memoria la imagen divina de su cuerpo desnudo. Ella y yo, fatalmente en la misma cama y en la misma aula. Miro. Ella me ve sonriente. Tan sólo sé que es un sí y que algo me espera. Nuevamente me he prometido que no volverá a suceder.

COMENTARIOS DIARIOS

Hoy he visto un rostro feliz. Este rostro humano, otrora triste y cabizbajo, me ha dado una voz de aliento. Femenino y juvenil se ha reconciliado con la vida y consigo mismo. Detrás de este rostro humano y jovial, la vida plasma su misterio elocuente. Entre sonrisas ha dado voz a su felicidad: "hay que vivir el presente".
Como joven actual, este rostro humano no se contradice, mantiene su actitud rampante de vivirlo todo, aquí y ahora. Tal vez no haya un mañana por el cual esperar lo imaginado; la fe es una bestia antiquisíma que es mejor aniquilar. Tal vez no haya un pasado, los contactos con el origen abrasador hay que atenuarlos en la distancia nostálgica.
Este rostro humano y juvenil quiere ser feliz aquí y ahora; es feliz aquí y ahora. Pero, ¿hasta cuándo? ¿Cuánta durará la euforia presentista de esta felicidad efímera? He dejado el rostro humano imbuido de su felicidad pasajera, me marcho a mis compromisos mañaneros (rutina agobiante de un pan nuestro de cada día). Dejo atrás el rostro humano, conmigo viene esa sensación placentera de sentarme y discurrir pausado por estos pensamientos que me abstraen del presente, llenando de pasado y de futuro.