jueves, 21 de mayo de 2009

La muerte y la conciencia moral

Es ahora cuando me entero de la muerte de Miguel Cocco, fungía como director de Aduanas. És de común acuerdo catologarlo como un administrador público honesto, apegado a la ley, sin "ahijados" a los que dejarle pasar sus contrabandos. Me acuerdo que hace unos meses le fue realizado un reconocimiento por su laboriosidad y su honestidad en el desempeño de sus funciones. Leí en ese entonces que le nombrabam como "uno de los últimos funcionarios honestos con los que cuenta el país". Sabía ya de sus problemas de salud y él mismo tenía conciencia de que la muerte podría sorprenderle en cualquier momento.
En la Edad Media, los mistagogos tenían una meditación que tuvo cierta popularidad y que luego fue recuperada por la mística española. Consistía en imaginarse uno en el lecho de muerte y "ver" cómo se afligían los que por allí pasaban a despedirse y "escuchar" lo que decían de uno en ese momento. Lo visto y lo escuchado se tomaba como plan de vida, de modo que si decían algo horrendo, pues, debía enmendarlo en vida; si decían algo bueno, debía orquestar un plan para conquistarlo.
Sólo escuché hablar de Miguel Cocco en sus funciones públicas; al enterarme de su enfermedad y de cómo se había convertido en un hombre altamente productivo a pesar de ella, siempre llegaba a mi cabeza esta meditación de la espiritualidad católica. Creo y quiero creer que en este servidor público que acaba de fallecer, la muerte fue significativa. Creo y quiero imaginar que en este servidor público, de una u otra forma, esta meditación estuvo presente. Siendo la muerte la última certeza, pensar en el legado que queremos dejar en los que aún viven, es un buen recurso para la acción moral.